Puerta Santa

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Simbólicamente, la Puerta Santa tiene un enorme peso, ya que representa el símbolo más importante del Jubileo, y el principal objetivo de los peregrinos es atravesarla. La apertura de la puerta por parte del Papa es el auténtico comienzo del Año Santo. Antiguamente solo había una puerta en la Basílica de San Juan de Letrán, que era la catedral del obispo de Roma. Más tarde, otras basílicas romanas también abrieron sus puertas santas para ofrecer a más peregrinos la oportunidad de participar en la experiencia del Jubileo.

Cuando un peregrino atraviesa la Puerta Santa, le viene a la mente el versículo del capítulo 10 del Evangelio de San Juan: «Yo soy la puerta. Si alguien entra por mí, será salvado; entrará y saldrá y encontrará pastos». Atravesar la Puerta Santa significa comprometerse a seguir y dejarse guiar por Jesús, el Buen Pastor. La puerta por la que se entra en la iglesia lleva al corazón de la iglesia. Una iglesia, como lugar sagrado para los cristianos, es mucho más que un lugar santo que exige respeto, decencia y vestimenta adecuada; es un símbolo de unidad o comunión para todos los creyentes con Cristo y entre ellos. Es un lugar de encuentro y diálogo, de reconciliación y paz abierto al peregrino. La Iglesia, como tal, es la asamblea de los fieles.

En Roma, esta experiencia es particularmente significativa debido a las relaciones únicas entre la Ciudad Eterna y los santos Pedro y Pablo, los apóstoles que fundaron la comunidad cristiana en Roma. Sus enseñanzas y ejemplos son modelos para la Iglesia universal. Las tumbas de los santos Pedro y Pablo se encuentran en Roma, donde fueron martirizados; a lo largo de las catacumbas, estos lugares sagrados siguen inspirando la espiritualidad.